el autor

Mi foto
Kuma Almasy
Ver todo mi perfil

protagonistas

ya han visitado Derión

¡Afílianos! Photobucket

Síguenos en Facebook.

Obra propiedad de Kuma Almasy, prohibida su copia. Con la tecnología de Blogger.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte III)

Esperé, tumbado en el suelo de la estancia, dedicando el tiempo a mis pensamientos, los cuales poco a poco y totalmente fuera de mi control, me encaminaban hacia ella, hacia nuestros recuerdos. Nuestro primer encuentro, ya lejano en el tiempo, nuestra primera lucha como hermanos de sangre, todas esas noches, que bajo la atenta mirada de las lunas y las estrellas, se tumbaba conmigo y me acariciaba hasta el alba, todos y cada uno de esos momentos, volvían a mí ser, haciéndome sentir una extraña sensación. Ensimismado en el pasado, el tiempo se olvidó de mí y el cansancio me abatió.

Mis sueños, me condujeron a aquel momento, en lo alto de Linzaurú, rodeados por la noche y los cadáveres de los enemigos caídos, heridos, hambrientos y a la espera de un nuevo ataque.

-¿Cómo estás?- me pregunto cubierta de sangre y espada en mano.
-Bien, apenas un par de heridas importantes, no serán más que otra cicatriz, unida a una larga historia.

Ambos reímos, aunque sin dejar de mirar a la oscuridad. Nuestra situación era desastrosa, en medio de la nada, rodeados por alejandrinos, agotados y apenas con un poco de agua para los dos. Ni ungüentos, ni ayuda en camino, ni tan siquiera comida.

-¿Oye? ¿Crees en los dioses?- me pregunto mientras se apoyaba en mi lomo.
-No lo sé, no sé si quiera si han hecho algo por mi últimamente, si no míranos, no creo que nos tengan en mucha estima- Volví a reír, aunque esta vez, amargamente por nuestra desdicha.
-Bueno peludín, a lo mejor ellos decidieron que debíamos encontrarnos- clavo fuertemente la espada en el suelo y perdió su mirada en la luna más grande en el cielo -Si fuera así, ¿no creerías en ellos?
-Si es así, sacrificaré mil corderos a cada uno de ellos- No pudimos evitarlo, ambos rompimos a reír a carcajadas en medio de la noche.

-Me gusta tu cuerno, te pareces mucho a mis hermanos norus pero, ellos, no tienen cuerno.
-¿Norus?- le pregunte, jamás había visto uno. De hecho, pensaba de forma segura que ella, debía ser una humana, encajaba con las historias de los ancianos sobre ellos, aunque nunca me dijeron que tenían cola y orejas de pantera.
-Si- contesto rápidamente y si pensar- aunque… nunca he conocido un noru negro y con un cuerno.
-¿Será por qué no soy un noru?
-Sera…-

Las horas pasaron y ella, me puso al corriente de su viaje, me hablo de su sociedad y de la gran madre, sonreía constantemente y para nuestra fortuna, incluso, logramos olvidarnos del hambre y del dolor de las heridas. La mañana llegó, con la bella luz del sol, del amanecer rojo.

-¿Peludín?
-Dime.
-¿Cómo te llamas?
-¿Cómo me llamo?
-Sí, tú nombre, como te llaman los tuyos.
-No sé, ellos…- No pude evitar sentirme débil al pensar en el destino de mi manada, ni siquiera era capaz de terminar la frase.

Se bajó rápidamente de mi lomo y fue directa a mi cabeza, cogiéndome el morro y mirándome directamente a los ojos.

-Lo siento, no quería…
-Tranquila, no te preocupes, fue su destino no el mío, al menos quedo yo, además seguro que muchos más escaparon.

El silencio nos invadió más rápido incluso que el hambre y el dolor, haciendo mella en nuestro corazón y nuestro espíritu.

-Bueno, peludín, ahora yo seré tu hermana mayor- se quedó pensativa, mirando al cielo. De repente un haz de luz cruzo su mirada y me volvió a mirar sonriente – Te llamaré Cuerno Negro, peludín no es nombre para un guerrero.

Solo pude sonreír y olvidarme del pasado. Su mirada siempre lograba hacerme fuerte en los momentos más difíciles, en las batallas más duras, en las noches más largas.

No sé cuánto tiempo pasó, desde que el sueño me venció. Al despertarme, escuchaba la caída del rocío y la llegada de los animales de la noche. Un bulto desconocido, descansaba entre mi pelaje, en el hueco que formaba mi pata delantera, cercana a mi cabeza. Levante mi cabeza con sumo cuidado, lentamente miré, encontrándome a mi pequeña Shita, acurrucada, donde siempre había dormido. De nuevo, Derión nos daba una tregua, dejándonos de lado. Pude observarla descansar todo el tiempo que pude desear, su apariencia era muy diferente pero, era la de siempre, su embriagador olor, sus dos ojos verdes… mi dulce guerrera.

-Descansa Noche, mañana volveremos al mundo real, en el que no somos más que dos peones de los dioses- Volví a tumbarme, devolviéndole el calor de mi cuerpo y atesorando otro momento, otro recuerdo, en el que refugiarme en los días más oscuros.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte II)

Me aparté lentamente, sin levantarme demasiado del suelo, dejándoles paso a ambas a la habitación de su, ahora, hermana pequeña. La más joven, se dirigió a la cesta con las pieles y las mudas limpias. Por su parte, la que parecía ser la más mayor, dejo la leña en un lado de la estancia y puso la leche cerca de las brasas, acto seguido, cogió a Noche de mi hocico y se acercó de nuevo al fuego, sentándose en el suelo con ella entre sus brazos.

-Bueno, como te comentaba…- Mientras ambas Shitas, se encargaban de los menesteres de la pequeña, seguí contándole nuestra aventura y porque no, el pequeño susto, que causo el noru de fuego. Mientras, la Shita que había cogido a Noche, llenaba una bota pequeña con la leche caliente para, posteriormente, alimentar a Noche, mientras la examinaba en busca de parásitos o cualquier marca en su pelaje. -Se puso, el solo, ante todos los Bekinels, todos pensábamos que estábamos perdidos, que habíamos fallado en la tarea más importante de nuestra vida…-

Mientras seguía hablando con ella, la que parecía comportarse como una matrona con Noche, se puso en pie, colocando a noche sobre su hombro derecho. No pude evitar levantar ambas orejas y la cabeza ante tal escena. La shita, golpeaba con aterciopeladas palmadas la espalda de Noche, la cual ponía cara de concentración e incluso, de mal estar. Toda esa escena, demasiado cómica para ser real, se vio finalizada cuando Noche eructó, momento en que ambas Shitas sonrieron con satisfacción y siguieron con sus ocupaciones. Por su parte, la gran guerrera, absorta hasta ese momento, volvió en sí y recordando claramente que yo, seguía en la sala y había sido presente de todo ello con cara de sorpresa e incredulidad. Sus dos ojos se convirtieron en grandes lunas verdes, ante la idea de que había presenciado algo así, su reacción esa vez, fue más considerada, enseñándome la lengua con inocencia y dedicándome una sonrisa.

Tras el momento, totalmente inconcebible para mí hace unos años, depositaron a Noche sobre una piel de ciervo y la más joven de las dos, se acercó a su compañera con mudas limpias. De nuevo, me disponía a acabar mi explicación sobre los hechos, cuando las tres shitas mi miraban con cara de desaprobación, algo que no entendí, hasta que Noche, de forma furtiva me señalo sus ropajes y los ropajes limpios, como explicación, de que a continuación, debían cambiarla y asearla.

-Por todos los dioses, doncellas soy un guerrero, no un padre- Ante mi comentario en voz alta, la mirada de las dos Shitas persistieron y Noche, aún tumbada sobre las pieles, por su parte, me mostro otra de sus esferas de fuego. No dude un segundo en tumbar la cabeza y taparme la visión con mis patas delanteras mientras cerraba los ojos, esas esferas no dolían pero, escocían demasiado como para recibir dos el mismo día.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte I)

Aparte torpemente con el hocico la suave tela de la estancia, antes de entrar por la pequeña abertura de la roca. Me abrí paso en silencio, recordando mi anterior y desdichada visita, en la cual, gracias a mi tamaño, me quede atascado en la entrada. Tras unos cuantos tirones en las patas y algún rasguño, atravesé la entrada, mi gran enemiga. Tras las finas telas, una pequeña habitación excavada en la roca me recibía. Era excepcionalmente acogedora, en el fondo chasqueaban las brasas de una minúscula hoguera, cercana a la pared, la cual mantenía el calor en la estancia. En las paredes, se amontonaba la paja y algunas vasijas rellenas de especias, que le otorgaban al lugar un leve y delicioso olor a canela. En el centro, una pequeña cesta de mimbre dorada, adornada con telas y flores, reposaba sobre un lecho de paja rodeado de pieles y amapolas rojas. De su interior, surgía un leve sonido, casi inapreciable, tal vez un ronroneo o un olisqueo al aire, no estaba seguro.

En silencio y con calma, me acerque a la cesta, con toda la delicadeza que me era posible, en un lugar tan angosto. De su interior, una dulce pero leve voz surgía, y la figura de un pequeño ser peludo y blanco, comenzaba a hacerse visible conforme avanzaba hacia ella, casi semioculto entre una gran cantidad de pieles. Aún, estaba a una distancia considerable, dentro de lo que la habitación me permitía, cuando del cesto, una pequeña y rechoncha mano apareció, invitándome a acercarme más a él. Tan pronto como me confié y avance más decidido hacía él, de la pequeña palma de la mano, surgió una esfera mágica de fuego, que fue directa a impactar contra mi hocico, quemándome la punta de la nariz.

No pude evitar el quejido inmediato tras el impacto. Escocía como la sal en un ojo y para colmo, poco podía hacer para aliviarlo con mis lametones y mis patas delanteras. Cuando por fin la quemazón comenzaba a desaparecer, fui directo hacía la cesta. Claramente enojado me asome por completo y para mi sorpresa, en su interior, no encontré más que las pieles, aún calientes.

Fue entonces, tras examinar la cesta y la habitación, cuando comencé a notar como un bulto subía por mi cuello, agarrándose fuertemente a mis mechones y ascendiendo hasta mi cabeza. Decidí no moverme demasiado por su seguridad.

-Veo que sigues teniendo el mismo sentido del humor, tan cargante como siempre- le dije, intentando visualizarla inútilmente. Ante su silencio y dado que se había parado, en la parte más alta de la cabeza, retrocedí, apartándome del cesto, para recostarme lentamente en el suelo, a la espera de que decidiera hablar. No sé cuánto tiempo paso, sabía perfectamente que estaba sobre mí, en silencio pero, frotándose dulcemente entre mi pelaje y acariciando mi cuerno con sus pequeñas manos.

-Y tus gustos, son los mismos también- Nunca había sentido demasiado aprecio por alguien, pero ella era especial. Respiraba calmado, después de seis largos meses, al ver qué, aunque de otro color y mucho más pequeña, seguía siendo mi Shita de siempre. Bromista y juguetona pero, dulce y tierna conmigo.

-Te he echado mucho a faltar Noche, han sido unos duros meses sin tenerte a mi lado- Desde que nos conocimos, hace más de diez años, ella había sido mi fiel acompañante, habíamos librado cientos de batallas como camaradas y me había dado un nuevo hogar, lejos de Dangabar, incluso me había dado un lugar entre los suyos y un nombre.

-¿Miau? - dijo mientras se dejaba caer entre mis ojos, hasta parar en mi hocico.
-Vaya, puedes lanzar magias, abrasarme el hocico, trepar por encima de mí con gran sigilo y destreza, hasta morder pero, ¿no puedes hablar?
-Miau miau, miau…- Empezó a maullar sin parar, sentada en mi hocico, entre mis ojos, lugar donde apenas podía entrever su forma.
-Bueno, pequeña, me envía madre, me ha pedido que te pusiera a corriente de mi viaje y de los últimos acontecimientos.

Comencé a contarle lo sucedido en el viaje, la reunión con las diferentes camadas del malágren, las jóvenes crías recién llegadas de cada uno de los pueblos, los numerosos e insistentes, aunque inútiles ataques de los Bekinels a nuestra compañía y por supuesto, lo sucedido con el pequeño noru del fuego en el camino, escasos soles atrás. Aunque seguía sentada, sabía perfectamente que me estaba escuchando con atención, moviendo levemente sus orejas y rascándome la parte de hocico que quedaba entre sus patitas.

Justo cuando comenzaba a contarle la actuación del cachorro de fuego, pude escuchar como alguien tosía de forma forzada a nuestra espalda. Con sumo cuidado, mire tras de mí, girando la cabeza. En la entrada de la estancia, la cual estaba casi cerrada por mi cola y mi trasero, esperaban dos Shitas blancas, cargadas con mudas y pieles limpias, leche recién ordeñada y algo de madera.

-¡Leche! – dijo la pequeña, con su dulce voz de bebe al verlas, extendiendo los brazos, exigiendo con entusiasmo la comida a sus dos hermanas.

Capítulo 6 Victor de Mondalpe (Parte II)

La situación era grave sin duda y todos ellos tenían razón pero, antes de retirarme prefería morir luchando. Si nos retirábamos, el mundo que quedaría no sería nuestro hogar, Derión, moriría sin remedio y nosotros, con él.

El silencio reinaba en la sala, todos intentábamos averiguar cómo salvar la situación y algunos, pensaban como salvar su propios intereses. Titubeante y miedoso mi escudero se acercó a la mesa mando.

-Pidamos ayuda a Aline- Dijo tembloroso.
-No digas desfachateces chico maleducado, esos lagartos con alas no nos ayudaran en una guerra abierta- dijo tajante el mandatario enano.
-Kaiot es benevolente y sabio, no nos queda otra opción.
-¡Retírate de inmediato Logrús!- Mi escudero tenía mucha razón, era nuestra única oportunidad pero, él tenía su lugar, no podía interferir en la asamblea de esa manera- ¡Retirare de la sala, no me obligues mandar, que te hagan azotar!

Cabizbajo y claramente afectado Logrús se retiró de la sala en silencio, cerrando tras de sí, las dos grandes puertas de roble rojo.

Debía seguir con la reunión, aclarar nuestra postura e informar cuanto antes a nuestros hombres.

-¿Los me?…- La puerta se abrió de par en par, dejándome en silencio y atónito. Por ella, dos de los guardias de la fortaleza, traían sobre sus hombros a un hijo Aline, un drakengar. La sorpresa y el miedo hicieron mella rápidamente entre nosotros, los drakengars, siempre han tenido fama de invencibles en combate pero, este, estaba tremendamente herido, al filo de la muerte. Aun así, se liberó de los de los guardias, y se cuadro ante nosotros.

-Mis señores- casi no podía mantenerse en pie a causa de las heridas- la Fortaleza de Cuatro Caminos… ha caído, nos atacaron en masa, cientos de ellos, con la ayuda de seres desconocidos y algunos de los seguidores de Sakuno, solo yo, he logrado huir por orden directa de Alejandro de Mondalpe.

Alejandro de Mondalpe… mi hermano mayor había caído, la fortaleza había caído, el grueso de nuestras tropas... El mensajero cayó al suelo de bruces bruscamente. La laínduin no tardo en correr en su ayuda para aplicarle sus poderes mágicos. Yo seguía en mi asombro, hundiéndome en la oscuridad, todo estaba perdido.

Capítulo 6 Victor de Mondalpe (Parte I)

-Mi señor, ya están todos reunidos.
-Muy bien, enseguida voy.
-Si mi señor.

Un nuevo día. Un nuevo día en que brilla el sol pero, el horizonte, al norte, el cielo era negro como la noche. Recogí a Sangrante, mi fiel espada, de su lugar de reposo, también mi lustroso casco del águila vigilante. Por último, ajusté mis grebas y por fin, me dirigí a la sala contigua.


Al abrir la puerta, mis lugartenientes, capitanes, laínduin y comandantes de diversas razas se pusieron en pie. Esperé como siempre a la presentación orgullosa de mi escudero.

-¡Víctor de Mondalpe en la sala, hijo de Anzalón de Mondalpe, Capitán general de las fuerzas aliadas!

-¡Tus hermanos te saludan!- dijeron en voz alta los mandatarios con la mano sobre el corazón.

La reunión podía comenzar. Me dirigí sin demora al lugar que me correspondía como capitán. En mi camino comencé la asamblea, cuanto menos tiempo discutiéramos, antes podríamos poner en marcha a los mensajeros.


-¿Las nuevas camaradas?


Aún no había alcanzado mi silla pero, la laínduin comenzó con su informe.


-Mis hijas y mis hermanos norus ocupan sus lugares en los distintos puntos de actuación pero, se nos acaban los suministros a un ritmo alarmante, por no hablar de las bajas sufridas.


Deposite a Sangrante a la derecha de mi asiento, el mandatario enano, Danzu, fue el siguiente en hablar.


-Señor, mi gente sufre, escasean los suministros, sobre todo las medicinas- hizo una pausa que solo acrecentaba la tensión del lugar- la ciudad de Ohnobor cayó durante la noche, hemos perdido todo contacto con los tropas que la defendían.


Recogí mi capa sobre mi regazo, acuñe entre mis manos el símbolo de la casa Mondalpe, con fuerza. Mi mano derecha, mi hermano Hugo, fue el siguiente en hablar.


-Señor las cosas no marchan bien, nuestras tropas…- Su voz sonaba truncada, dolida y temerosa- Hermano, nuestro pueblo sufre día tras día, no hay manera de pararlos, su número… no parecen tener fin, no podemos seguir así.


Mire las caras de mis camaradas. Ni uno solo de ellos tenía esperanza en detener el avance de nuestros enemigos. La alianza se debilitaba y cada día perdíamos más terreno y más vidas. Pero, no podíamos abandonar el malágren de Lukulé, no podíamos abandonar a estas gentes a su suerte. Era el momento de avivar sus corazones, su fe y valor.


-Hermanos, sin duda alguna, sé que está siendo muy duro para todos. Todos los días perdemos decenas de padres, hermanos, hijos… pero, no podemos retirarnos. ¡Debemos retenerlos en el norte cueste lo que cueste!


-Víctor, no podemos, es imposible- Dijo Danzu en un tono nervioso.

-No es así, todos sabemos que la Fortaleza de Cuatro Caminos está en nuestras manos, esa posición nos da ventaja sobre el enemigo- Ciertamente era así, sus almenaras podían cubrir varios kilómetros y nuestras mejores tropas y aliados la defendían.
-¿Por cuánto tiempo hermano?- Me pregunto mi propio hermano, levantándose de su asiento enojado- Cada día inician un nuevo asedio, cada día merman más los recursos, escasean los hombres y ya ni siquiera contamos con la ayuda de nuestro propio hogar, incluso Terenen nos ha dado la espalda.