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Capítulo 8 Rendel (Parte II)

-Rendel- de nuevo esa voz, pero esta vez no era un grito, en esta ocasión apenas parecía un leve susurro procedente de mi espalda, a penas a un paso o dos de mí.

Tras recoger lentamente a Ysnalyn, bruscamente me giré, lanza y escudo en mano, en posición defensiva como me habían enseñado hacía ya muchos años. Al girar sobre mí solo encontré a un hombre joven, de atributos humanos. Arrodillado en posición de reverencia, con una rodilla y un puño clavados en el suelo, su melena grasienta caía sobre su rostro, ataviado con una armadura completa y una capa azul tras de sí. Ni siquiera me miraba, me disponía a agacharme cuando me hablo, con total claridad.

-Por fin habéis llegado.
-¿Qué?- me sorprendió, ¿Quién había llegado?
-Por fin Aline, luchará junto a nosotros.
-¡No!, ¡No, otra vez no!-. Di varios pasos atrás apartándome él. Rápidamente busque una salida, quería echar a volar, salir de allí cuanto antes sin mirar atrás.

Levantó la cabeza y sus cabellos se apartaron a ambos lados de la cara, me miró con esos característicos ojos, iguales a los humanos, pero con la pupila rasgada como la mía. Se puso en pie lentamente y en mi propio idioma, me sentenció de nuevo, una vez más.

-Rendel- menciono pesadamente, con esa voz, que hacía tanto que no escuchaba y que ningún día eche de menos –Vuelve a Aline hijo mío, vuelve a tu hogar con los tuyos, lucha por nuestro honor y por tu patria.

Sin poder siquiera responder, negarme en rotundo y maldecirle, tanto como deseaba. Él, con su forma humana desapareció súbitamente dejando únicamente una palabra perdida y arrastrada en el viento.

-Klina.

De forma inesperada me vi inmerso en una inmensa batalla, rodeado por miles de enemigos y aliados que hasta hace un instante no estaban allí, aunque desorientado no dude ni un solo instante en luchar con el primero de ellos que se aproximara a mí, el filo de mi lanza, detendría a todo aquel que osara acercarse a mí. La llanura se cubrió de nubes negras, la única luz, provenía de los rayos de tormenta que impactaban contra el suelo con fiereza, ese mismo suelo que poseía una capa formada por los cadáveres de los caídos. El aire transportaba un fuerte y hediondo olor a sangre y en todo aquel escenario, la música estaba formada por gritos de angustia y dolor de aquellos que luchaban por su vida. Tal vez por instinto, tal vez simplemente por mi corazón de drakengar, estallé en medio del caos, convirtiéndome en mi verdadero ser, luchando con todas mis fuerzas, vengándome sin piedad en mi forma de pesadilla. En medio de la fría llanura, luchaba mano a mano con mis hermanos, con humanos y shitas, con gentes de todos los orígenes, de todas las castas, todos unidos contra ellos. De nuevo… contra ellos.

Desperté súbitamente, empapado en sudores fríos, aun sintiendo el peso de la armadura e incluso, el hedor de la sangre. Aunque tarde en darme cuenta de donde me encontraba, el sentir como la estancia se movía lentamente me recordó que yacía en una de las estancias del Jonstunoloc de Bacuk y Kara.
-¿Estas bien?- me pregunto una vocecilla cercana a mí. Miré y no era otra que Kara, con una amable sonrisa en la cara, pero claramente preocupada.

Me alcé del montón de plumas y paja que era mi colchón.

-No, Rendel no te muevas, tus heridas aún no están cicatrizadas, estas débil…-

Miré atentamente a sus ojos y avancé hasta la salida de la estancia. Las fuerzas me fallaban a cada paso, a cada movimiento y tras cada pestañeo, veía de nuevo el campo de batalla de mi sueño. Me giré de nuevo hacia ella, con el peso de mi cuerpo apoyado en la pared.

-Debo volver a Aline… por favor Kara llévame ante tu señor.

.

Capítulo 8 Rendel (Parte I)


El aire frio me acariciaba el hocico y me traía el intenso olor a muerte, tal era el hedor, que incluso era capaz de dejarme entumecido el sentido del olfato.

Bajo mis patas desnudas se abría paso al infinito, una llanura salpicada solo por inmensos fuegos que bailaban hasta el cielo, formando inmensas columnas de llamas y humo. Una tierra desnuda ante el implacable viento, exenta de vida alguna, de piedra negra y tierra muerta.

Ante tan desolado lugar mi corazón encogió, se estremeció dando grandes bocanadas de sangre a mi cuerpo, preparándome para cualquier cosa. Eché en falta mis armas en un lugar tan inhóspito, tan amenazador. En ese mismo instante, tras una cegadora luz, note mi cuerpo más pesado, recubierto por algo y mis garras, ya no estaban desnudas. En mi garra derecha, mi fiel compañera lucia con brillo, Ysnalyn mi inseparable lanza larga. En mi garra izquierda, un escudo de torre, algo que desde mi entrenamiento en mi patria, no había vuelto a usar, éste, de color plata y rebordes dorados era sin ninguna duda, una pieza sagrada. Mi cuerpo estaba cubierto, ya no notaba el frio del lugar, una armadura claramente fabricada únicamente en titanio real, con bellos grabados y acabada en plata cobijaba mi piel de los elementos. Clave a Ysnalyn en el suelo y palpe con presteza toda la armadura, buscando símbolos o algo que me dijera qué magia la había hecho llegar hasta mí, lo único que pude hallar se encontraba en mi hombro izquierdo, lugar donde una capa negra era sujetada, por el inconfundible broche de la Guardia de la Pesadilla. ¿Por qué, de nuevo, lucia esa armadura?

-¡Rendel!- un grito con mi nombre resonó por la inacabable llanura, retumbando en el infinito, proveniente de mil lugares, pero de ninguno a la vez. Busqué con la mirada, intentando encontrar el autor de dicho grito o simplemente a alguien que me diera una explicación, oteando en la lejanía, escudriñando con la mirada a mí alrededor y… nada. No había nadie en aquel inmenso lugar, me encontraba solo entre numerosos incendios y ante el frio aire.