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Obra propiedad de Kuma Almasy, prohibida su copia. Con la tecnología de Blogger.

Capítulo 9 Noche (Parte II)


Corría, otra vez corría. De nuevo, sentía la libertad, el aire acariciándome la piel y erizándome el bello, los olores me golpeaban con cariño el hocico, agevas a la derecha, tomillo y romero a la izquierda, más adelante un manzano con grandes manzanas de color carmesí. Brinque sobre mis patas traseras, agarré una de las dulces manzanas mientras caía y brinqué de nuevo en una rama del árbol con mi premio apretado contra mi pecho. Mis hermanas se acercaban peligrosamente, me decante por el camino que llevaba a la laguna del caballo. Inicie rápidos movimientos que ninguna de ellas apenas podía imitar, me acercaban a mi objetivo a la máxima velocidad que me permitían mis patas y mi dulce carga. Cuando la humedad de la laguna se hizo presente, rebaje el ritmo, dejando que las pobres se ilusionarán con alcanzarme, por fin. No tarde en llegar al límite del lago, respiré profundamente y salté por encima de las aguas, impulsándome en el aire con magia, y levantando tras de mi un gran muro de agua que detuvo entre bufidos y gritos de enfado a mis perseguidoras.

La caída, por otra parte y en gran medida por culpa de la manzana, no fue de las mejores de mi vida, aterrizando sobre mi rabo y clavándome la aguja en el gemelo izquierdo. Me incorporé con ambas manos en mi pata y examiné los rasguños. Mi pierna estaba atravesada por la aguja, pero apenas sangraba y el dolor era soportable y por culpa de la caída me había arrancado algunos pelos de las nalgas y la cola.

-¿Esto es tuyo?- me dijo severamente una voz muy conocida. Alce la vista de mis lesiones y en un pequeño pedrusco estaba sentada, con una túnica de color blanco, fina como las alas de una libélula y con una diadema de oro que mantenía su melena rubia hacia atrás, entre sus manos, mantenía mi suculento bocado de color rojo.

-Hola mama- El primer día que salgo de la cueva después de mi renacimiento y ya me había metido en líos de nuevo, siempre la misma historia.

-Eso tiene mal aspecto hija mía- dijo clavando directamente su mirada en mi pata- no deberías alterar así la paz de nuestro hogar, tus travesuras no tienen cabida aquí, ya lo sabes- Su mirada, atenta y exploratoria, demostraba su gran enfado, el cual, no tenía cabida en su dulce y constante tono de voz. Detestaba esa cualidad de Lainduin, siempre correctas, todas eran iguales yo jamás seria así.

La miré atentamente a los ojos y con una forzada sonrisa en la cara, saqué la aguja de la pata de un solo tirón sin perder de vista sus enormes ojos de color marfil. Después solo tuve que depositar mis manos sobre las heridas, una por una, para sanarlas por completo, por supuesto, comenzando por la más grave.

-Veo que tus magias y habilidades están casi restablecidas en tu cuerpo y espíritu hija-
-Si mama- Estaba claramente más atenta en curarme que en sus palabras, pero ya la había enojado suficiente como para ignorarla ahora.
-Veo que también has pasado la noche con tu amigo- el tono de la palabra amigo, denotaba más que de sobra ironía y desagrado- Y ni siquiera te ha puesto a corriente de todo lo sucedido, de los últimos acontecimientos, pero por supuesto, por tu culpa, como siempre.

-Mama podrías dejar de leerme la mente aunque fuera un instante, solo un par de días, por todos los dioses ya no soy una cachorra de teta, soy una gran guerrera, conocida, temida y odiada a lo largo y ancho del padre Derión- Mi enfado crecía por momentos y no era capaz de disimularlo, siempre me acababa tratando como a una niña.

-Así que una gran guerrera, pues compórtate como tal hija mía y honra a tu hogar, no lo pongas patas arriba cada vez que tienes la ocasión- Hizo una leve pausa para respirar profundamente, al mismo tiempo elevaba la fruta y comenzaba a pelarla a la altura del pecho con su magia, dejando caer la tira de piel perfectamente cortada al suelo- Los dioses han hablado y el consejo de Terenen y del Edén han dado órdenes muy precisas hija.

-¿Si?- Todo mi enfado y frustración se volvió rápidamente curiosidad, incluso la manzana ya no me importaba lo más mínimo- ¿Qué ordenes madre?- Claramente las ordenes le preocupaban o no sabía cómo expresarlas, algo demasiado extraño en ella, que siempre ordenaba sin ton ni son y para colmo, era parte del consejo del Edén.

Capítulo 9 Noche (Parte I)


Abrí los ojos al escuchar el enérgico canto del gallo mayor del corral, marcando un nuevo y bello amanecer que sin duda me aguardaba en el exterior. Me encontraba rodeada y acunada por suave y abundante pelo negro. No pude evitar pensar, que desde fuera, para cualquiera que entrara en mis aposentos, solo debía parecer una mancha blanca en el pelaje de mi gran hermano. Di un pequeño salto para salir de mi lecho y me estiré con ganas y de manera reconfortante. Comenzaba a tener todas mis habilidades y capacidades de nuevo conmigo. Cada amanecer, podía moverme mejor, con más agilidad y control, algunos de mis dientes de leche ya se me habían caído o me los había arrancado, las uñas de patas y manos ya no eran tan inofensivas y mi magia, comenzaba a brotar de nuevo con normalidad y apenas esfuerzo de mi interior, como antaño.

Decidí aventurarme por fin fuera de la habitación, mi cuerpo me pedía movimiento a gritos, me exigía correr, saltar, notar de nuevo el tacto de la tierra entre los dedos de mis ahora, diminutas patas y la simple idea de estar todo el día en el cesto de reposo, me aburría de sobremanera y me producía una enorme jaqueca, además empezaba a tener apetito y la leche, aunque deliciosa, no tenía comparación con un buen chuletón a la brasa. Sin demora cogí de la cuna una piel de jabato y me la até a modo de túnica, una vez vestida, busque cosas útiles por la sala, un arma o un palo de madera, algo con lo que defenderme llegado el caso. Tras examinar la habitación en silencio y a cuatro patas, por suerte para mí, encontré una larga aguja de coser, alguna de mis cuidadoras había tenido la cortesía de olvidarla cerca de las vasijas de canela y eneldo. La até en mi pata derecha con una tira de piel y me dispuse a ver el viejo refugio sagrado, mi hogar, después de casi dos ciclos lunares.

Aparté las finas telas que cubrían la entrada, las atravesé ansiosa, dejando en mi habitación de piedra, a la pequeña bola de pelo durmiente. Sin necesidad si quiera de agacharme, avance por los viejos túneles de roca. Por doquier, mirases donde mirases, aun se podían entrever las antiguas pinturas en recuerdo a la sagrada historia de los hijos de las lunas, algunas de más importancia, como las dedicadas a los norus de fuego o a las lainduins más antiguas, estaban iluminadas por pequeñas hogueras o simplemente velas. No me detuve ante los recuerdos de mi gente pero, si vi como el fuego, con el vaivén del aire, daba vida a más de una de las ilustraciones, volviéndolas más tenebrosas que dignas de oración.

Tras mi paseo a paso ligero por la cueva, mis pasos al fin alcanzaron el exterior. Me aventuré sin dilación al exterior, lugar donde me esperaba una agradable brisa y todo el poder del padre sol, que en un primer momento, incluso logro cegar mi visión. Por supuesto, por el camino hasta el exterior tuve la mala suerte de ir cruzándome con numerosas hermanas, que insistieron de manera cargante y agoniosa en que debía regresar a mis aposentos y como no, que mis ropajes no eran dignos de mi estatus y que no debía ser vista así por nadie y mucho menos, salir al exterior. Por suerte, hacía ya muchos renacimientos que había aprendido a ignorarlas.

Una vez en el exterior, después de recibir los dones de los elementos, con mi sequito de preocupadas hermanas, todas más altas que yo, pero claramente más jóvenes, examine el ambiente con atención, con todos los sentidos, atesorando cada sensación de nuevo como la primera vez. La luz del gran dios brillaba, Selene se encontraba en menguante, con Nelsi muy de cerca, la cual por su parte, estaba claramente en nueva, grande y resplandeciente en el cielo del gran padre Derión. Me estiré de nuevo en la entrada, olfateé largo y tendido el aroma del valle, escruté, aunque con dificultad por culpa de mis alteradas acompañantes. Entre los sonidos, hallé el murmullo del agua al caer en la laguna del caballo, los aullidos de los norus, bellos como la música de los Aritmets de Dangabar y el cantar melodioso de las aves de mi hogar. Me encontraba excitada, entusiasmada, llena de vida y con ganas de ponerme a prueba. En ese preciso instante, se me ocurrió la manera más eficiente de probar mi cuerpo y de entretener a mis alteradas hermanas. Mire atrás, a todas y cada una de ellas.

-Hermanas, voy a cazar Bekinels, esperarme aquí eh, no os mováis- les dedique rápido guiño y salí corriendo como el viento, saltando setos y pequeños escalones de piedra natural. Como era de esperar, todas, asustadas y perplejas, corrieron tras mis pasos para intentar detenerme entre gritos, como auténticas cacatúas alteradas ante la presencia de un depredador.

Capítulo 8 Rendel (Parte II)

-Rendel- de nuevo esa voz, pero esta vez no era un grito, en esta ocasión apenas parecía un leve susurro procedente de mi espalda, a penas a un paso o dos de mí.

Tras recoger lentamente a Ysnalyn, bruscamente me giré, lanza y escudo en mano, en posición defensiva como me habían enseñado hacía ya muchos años. Al girar sobre mí solo encontré a un hombre joven, de atributos humanos. Arrodillado en posición de reverencia, con una rodilla y un puño clavados en el suelo, su melena grasienta caía sobre su rostro, ataviado con una armadura completa y una capa azul tras de sí. Ni siquiera me miraba, me disponía a agacharme cuando me hablo, con total claridad.

-Por fin habéis llegado.
-¿Qué?- me sorprendió, ¿Quién había llegado?
-Por fin Aline, luchará junto a nosotros.
-¡No!, ¡No, otra vez no!-. Di varios pasos atrás apartándome él. Rápidamente busque una salida, quería echar a volar, salir de allí cuanto antes sin mirar atrás.

Levantó la cabeza y sus cabellos se apartaron a ambos lados de la cara, me miró con esos característicos ojos, iguales a los humanos, pero con la pupila rasgada como la mía. Se puso en pie lentamente y en mi propio idioma, me sentenció de nuevo, una vez más.

-Rendel- menciono pesadamente, con esa voz, que hacía tanto que no escuchaba y que ningún día eche de menos –Vuelve a Aline hijo mío, vuelve a tu hogar con los tuyos, lucha por nuestro honor y por tu patria.

Sin poder siquiera responder, negarme en rotundo y maldecirle, tanto como deseaba. Él, con su forma humana desapareció súbitamente dejando únicamente una palabra perdida y arrastrada en el viento.

-Klina.

De forma inesperada me vi inmerso en una inmensa batalla, rodeado por miles de enemigos y aliados que hasta hace un instante no estaban allí, aunque desorientado no dude ni un solo instante en luchar con el primero de ellos que se aproximara a mí, el filo de mi lanza, detendría a todo aquel que osara acercarse a mí. La llanura se cubrió de nubes negras, la única luz, provenía de los rayos de tormenta que impactaban contra el suelo con fiereza, ese mismo suelo que poseía una capa formada por los cadáveres de los caídos. El aire transportaba un fuerte y hediondo olor a sangre y en todo aquel escenario, la música estaba formada por gritos de angustia y dolor de aquellos que luchaban por su vida. Tal vez por instinto, tal vez simplemente por mi corazón de drakengar, estallé en medio del caos, convirtiéndome en mi verdadero ser, luchando con todas mis fuerzas, vengándome sin piedad en mi forma de pesadilla. En medio de la fría llanura, luchaba mano a mano con mis hermanos, con humanos y shitas, con gentes de todos los orígenes, de todas las castas, todos unidos contra ellos. De nuevo… contra ellos.

Desperté súbitamente, empapado en sudores fríos, aun sintiendo el peso de la armadura e incluso, el hedor de la sangre. Aunque tarde en darme cuenta de donde me encontraba, el sentir como la estancia se movía lentamente me recordó que yacía en una de las estancias del Jonstunoloc de Bacuk y Kara.
-¿Estas bien?- me pregunto una vocecilla cercana a mí. Miré y no era otra que Kara, con una amable sonrisa en la cara, pero claramente preocupada.

Me alcé del montón de plumas y paja que era mi colchón.

-No, Rendel no te muevas, tus heridas aún no están cicatrizadas, estas débil…-

Miré atentamente a sus ojos y avancé hasta la salida de la estancia. Las fuerzas me fallaban a cada paso, a cada movimiento y tras cada pestañeo, veía de nuevo el campo de batalla de mi sueño. Me giré de nuevo hacia ella, con el peso de mi cuerpo apoyado en la pared.

-Debo volver a Aline… por favor Kara llévame ante tu señor.

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Capítulo 8 Rendel (Parte I)


El aire frio me acariciaba el hocico y me traía el intenso olor a muerte, tal era el hedor, que incluso era capaz de dejarme entumecido el sentido del olfato.

Bajo mis patas desnudas se abría paso al infinito, una llanura salpicada solo por inmensos fuegos que bailaban hasta el cielo, formando inmensas columnas de llamas y humo. Una tierra desnuda ante el implacable viento, exenta de vida alguna, de piedra negra y tierra muerta.

Ante tan desolado lugar mi corazón encogió, se estremeció dando grandes bocanadas de sangre a mi cuerpo, preparándome para cualquier cosa. Eché en falta mis armas en un lugar tan inhóspito, tan amenazador. En ese mismo instante, tras una cegadora luz, note mi cuerpo más pesado, recubierto por algo y mis garras, ya no estaban desnudas. En mi garra derecha, mi fiel compañera lucia con brillo, Ysnalyn mi inseparable lanza larga. En mi garra izquierda, un escudo de torre, algo que desde mi entrenamiento en mi patria, no había vuelto a usar, éste, de color plata y rebordes dorados era sin ninguna duda, una pieza sagrada. Mi cuerpo estaba cubierto, ya no notaba el frio del lugar, una armadura claramente fabricada únicamente en titanio real, con bellos grabados y acabada en plata cobijaba mi piel de los elementos. Clave a Ysnalyn en el suelo y palpe con presteza toda la armadura, buscando símbolos o algo que me dijera qué magia la había hecho llegar hasta mí, lo único que pude hallar se encontraba en mi hombro izquierdo, lugar donde una capa negra era sujetada, por el inconfundible broche de la Guardia de la Pesadilla. ¿Por qué, de nuevo, lucia esa armadura?

-¡Rendel!- un grito con mi nombre resonó por la inacabable llanura, retumbando en el infinito, proveniente de mil lugares, pero de ninguno a la vez. Busqué con la mirada, intentando encontrar el autor de dicho grito o simplemente a alguien que me diera una explicación, oteando en la lejanía, escudriñando con la mirada a mí alrededor y… nada. No había nadie en aquel inmenso lugar, me encontraba solo entre numerosos incendios y ante el frio aire.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte III)

Esperé, tumbado en el suelo de la estancia, dedicando el tiempo a mis pensamientos, los cuales poco a poco y totalmente fuera de mi control, me encaminaban hacia ella, hacia nuestros recuerdos. Nuestro primer encuentro, ya lejano en el tiempo, nuestra primera lucha como hermanos de sangre, todas esas noches, que bajo la atenta mirada de las lunas y las estrellas, se tumbaba conmigo y me acariciaba hasta el alba, todos y cada uno de esos momentos, volvían a mí ser, haciéndome sentir una extraña sensación. Ensimismado en el pasado, el tiempo se olvidó de mí y el cansancio me abatió.

Mis sueños, me condujeron a aquel momento, en lo alto de Linzaurú, rodeados por la noche y los cadáveres de los enemigos caídos, heridos, hambrientos y a la espera de un nuevo ataque.

-¿Cómo estás?- me pregunto cubierta de sangre y espada en mano.
-Bien, apenas un par de heridas importantes, no serán más que otra cicatriz, unida a una larga historia.

Ambos reímos, aunque sin dejar de mirar a la oscuridad. Nuestra situación era desastrosa, en medio de la nada, rodeados por alejandrinos, agotados y apenas con un poco de agua para los dos. Ni ungüentos, ni ayuda en camino, ni tan siquiera comida.

-¿Oye? ¿Crees en los dioses?- me pregunto mientras se apoyaba en mi lomo.
-No lo sé, no sé si quiera si han hecho algo por mi últimamente, si no míranos, no creo que nos tengan en mucha estima- Volví a reír, aunque esta vez, amargamente por nuestra desdicha.
-Bueno peludín, a lo mejor ellos decidieron que debíamos encontrarnos- clavo fuertemente la espada en el suelo y perdió su mirada en la luna más grande en el cielo -Si fuera así, ¿no creerías en ellos?
-Si es así, sacrificaré mil corderos a cada uno de ellos- No pudimos evitarlo, ambos rompimos a reír a carcajadas en medio de la noche.

-Me gusta tu cuerno, te pareces mucho a mis hermanos norus pero, ellos, no tienen cuerno.
-¿Norus?- le pregunte, jamás había visto uno. De hecho, pensaba de forma segura que ella, debía ser una humana, encajaba con las historias de los ancianos sobre ellos, aunque nunca me dijeron que tenían cola y orejas de pantera.
-Si- contesto rápidamente y si pensar- aunque… nunca he conocido un noru negro y con un cuerno.
-¿Será por qué no soy un noru?
-Sera…-

Las horas pasaron y ella, me puso al corriente de su viaje, me hablo de su sociedad y de la gran madre, sonreía constantemente y para nuestra fortuna, incluso, logramos olvidarnos del hambre y del dolor de las heridas. La mañana llegó, con la bella luz del sol, del amanecer rojo.

-¿Peludín?
-Dime.
-¿Cómo te llamas?
-¿Cómo me llamo?
-Sí, tú nombre, como te llaman los tuyos.
-No sé, ellos…- No pude evitar sentirme débil al pensar en el destino de mi manada, ni siquiera era capaz de terminar la frase.

Se bajó rápidamente de mi lomo y fue directa a mi cabeza, cogiéndome el morro y mirándome directamente a los ojos.

-Lo siento, no quería…
-Tranquila, no te preocupes, fue su destino no el mío, al menos quedo yo, además seguro que muchos más escaparon.

El silencio nos invadió más rápido incluso que el hambre y el dolor, haciendo mella en nuestro corazón y nuestro espíritu.

-Bueno, peludín, ahora yo seré tu hermana mayor- se quedó pensativa, mirando al cielo. De repente un haz de luz cruzo su mirada y me volvió a mirar sonriente – Te llamaré Cuerno Negro, peludín no es nombre para un guerrero.

Solo pude sonreír y olvidarme del pasado. Su mirada siempre lograba hacerme fuerte en los momentos más difíciles, en las batallas más duras, en las noches más largas.

No sé cuánto tiempo pasó, desde que el sueño me venció. Al despertarme, escuchaba la caída del rocío y la llegada de los animales de la noche. Un bulto desconocido, descansaba entre mi pelaje, en el hueco que formaba mi pata delantera, cercana a mi cabeza. Levante mi cabeza con sumo cuidado, lentamente miré, encontrándome a mi pequeña Shita, acurrucada, donde siempre había dormido. De nuevo, Derión nos daba una tregua, dejándonos de lado. Pude observarla descansar todo el tiempo que pude desear, su apariencia era muy diferente pero, era la de siempre, su embriagador olor, sus dos ojos verdes… mi dulce guerrera.

-Descansa Noche, mañana volveremos al mundo real, en el que no somos más que dos peones de los dioses- Volví a tumbarme, devolviéndole el calor de mi cuerpo y atesorando otro momento, otro recuerdo, en el que refugiarme en los días más oscuros.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte II)

Me aparté lentamente, sin levantarme demasiado del suelo, dejándoles paso a ambas a la habitación de su, ahora, hermana pequeña. La más joven, se dirigió a la cesta con las pieles y las mudas limpias. Por su parte, la que parecía ser la más mayor, dejo la leña en un lado de la estancia y puso la leche cerca de las brasas, acto seguido, cogió a Noche de mi hocico y se acercó de nuevo al fuego, sentándose en el suelo con ella entre sus brazos.

-Bueno, como te comentaba…- Mientras ambas Shitas, se encargaban de los menesteres de la pequeña, seguí contándole nuestra aventura y porque no, el pequeño susto, que causo el noru de fuego. Mientras, la Shita que había cogido a Noche, llenaba una bota pequeña con la leche caliente para, posteriormente, alimentar a Noche, mientras la examinaba en busca de parásitos o cualquier marca en su pelaje. -Se puso, el solo, ante todos los Bekinels, todos pensábamos que estábamos perdidos, que habíamos fallado en la tarea más importante de nuestra vida…-

Mientras seguía hablando con ella, la que parecía comportarse como una matrona con Noche, se puso en pie, colocando a noche sobre su hombro derecho. No pude evitar levantar ambas orejas y la cabeza ante tal escena. La shita, golpeaba con aterciopeladas palmadas la espalda de Noche, la cual ponía cara de concentración e incluso, de mal estar. Toda esa escena, demasiado cómica para ser real, se vio finalizada cuando Noche eructó, momento en que ambas Shitas sonrieron con satisfacción y siguieron con sus ocupaciones. Por su parte, la gran guerrera, absorta hasta ese momento, volvió en sí y recordando claramente que yo, seguía en la sala y había sido presente de todo ello con cara de sorpresa e incredulidad. Sus dos ojos se convirtieron en grandes lunas verdes, ante la idea de que había presenciado algo así, su reacción esa vez, fue más considerada, enseñándome la lengua con inocencia y dedicándome una sonrisa.

Tras el momento, totalmente inconcebible para mí hace unos años, depositaron a Noche sobre una piel de ciervo y la más joven de las dos, se acercó a su compañera con mudas limpias. De nuevo, me disponía a acabar mi explicación sobre los hechos, cuando las tres shitas mi miraban con cara de desaprobación, algo que no entendí, hasta que Noche, de forma furtiva me señalo sus ropajes y los ropajes limpios, como explicación, de que a continuación, debían cambiarla y asearla.

-Por todos los dioses, doncellas soy un guerrero, no un padre- Ante mi comentario en voz alta, la mirada de las dos Shitas persistieron y Noche, aún tumbada sobre las pieles, por su parte, me mostro otra de sus esferas de fuego. No dude un segundo en tumbar la cabeza y taparme la visión con mis patas delanteras mientras cerraba los ojos, esas esferas no dolían pero, escocían demasiado como para recibir dos el mismo día.

Capítulo 7 Cuerno Negro (Parte I)

Aparte torpemente con el hocico la suave tela de la estancia, antes de entrar por la pequeña abertura de la roca. Me abrí paso en silencio, recordando mi anterior y desdichada visita, en la cual, gracias a mi tamaño, me quede atascado en la entrada. Tras unos cuantos tirones en las patas y algún rasguño, atravesé la entrada, mi gran enemiga. Tras las finas telas, una pequeña habitación excavada en la roca me recibía. Era excepcionalmente acogedora, en el fondo chasqueaban las brasas de una minúscula hoguera, cercana a la pared, la cual mantenía el calor en la estancia. En las paredes, se amontonaba la paja y algunas vasijas rellenas de especias, que le otorgaban al lugar un leve y delicioso olor a canela. En el centro, una pequeña cesta de mimbre dorada, adornada con telas y flores, reposaba sobre un lecho de paja rodeado de pieles y amapolas rojas. De su interior, surgía un leve sonido, casi inapreciable, tal vez un ronroneo o un olisqueo al aire, no estaba seguro.

En silencio y con calma, me acerque a la cesta, con toda la delicadeza que me era posible, en un lugar tan angosto. De su interior, una dulce pero leve voz surgía, y la figura de un pequeño ser peludo y blanco, comenzaba a hacerse visible conforme avanzaba hacia ella, casi semioculto entre una gran cantidad de pieles. Aún, estaba a una distancia considerable, dentro de lo que la habitación me permitía, cuando del cesto, una pequeña y rechoncha mano apareció, invitándome a acercarme más a él. Tan pronto como me confié y avance más decidido hacía él, de la pequeña palma de la mano, surgió una esfera mágica de fuego, que fue directa a impactar contra mi hocico, quemándome la punta de la nariz.

No pude evitar el quejido inmediato tras el impacto. Escocía como la sal en un ojo y para colmo, poco podía hacer para aliviarlo con mis lametones y mis patas delanteras. Cuando por fin la quemazón comenzaba a desaparecer, fui directo hacía la cesta. Claramente enojado me asome por completo y para mi sorpresa, en su interior, no encontré más que las pieles, aún calientes.

Fue entonces, tras examinar la cesta y la habitación, cuando comencé a notar como un bulto subía por mi cuello, agarrándose fuertemente a mis mechones y ascendiendo hasta mi cabeza. Decidí no moverme demasiado por su seguridad.

-Veo que sigues teniendo el mismo sentido del humor, tan cargante como siempre- le dije, intentando visualizarla inútilmente. Ante su silencio y dado que se había parado, en la parte más alta de la cabeza, retrocedí, apartándome del cesto, para recostarme lentamente en el suelo, a la espera de que decidiera hablar. No sé cuánto tiempo paso, sabía perfectamente que estaba sobre mí, en silencio pero, frotándose dulcemente entre mi pelaje y acariciando mi cuerno con sus pequeñas manos.

-Y tus gustos, son los mismos también- Nunca había sentido demasiado aprecio por alguien, pero ella era especial. Respiraba calmado, después de seis largos meses, al ver qué, aunque de otro color y mucho más pequeña, seguía siendo mi Shita de siempre. Bromista y juguetona pero, dulce y tierna conmigo.

-Te he echado mucho a faltar Noche, han sido unos duros meses sin tenerte a mi lado- Desde que nos conocimos, hace más de diez años, ella había sido mi fiel acompañante, habíamos librado cientos de batallas como camaradas y me había dado un nuevo hogar, lejos de Dangabar, incluso me había dado un lugar entre los suyos y un nombre.

-¿Miau? - dijo mientras se dejaba caer entre mis ojos, hasta parar en mi hocico.
-Vaya, puedes lanzar magias, abrasarme el hocico, trepar por encima de mí con gran sigilo y destreza, hasta morder pero, ¿no puedes hablar?
-Miau miau, miau…- Empezó a maullar sin parar, sentada en mi hocico, entre mis ojos, lugar donde apenas podía entrever su forma.
-Bueno, pequeña, me envía madre, me ha pedido que te pusiera a corriente de mi viaje y de los últimos acontecimientos.

Comencé a contarle lo sucedido en el viaje, la reunión con las diferentes camadas del malágren, las jóvenes crías recién llegadas de cada uno de los pueblos, los numerosos e insistentes, aunque inútiles ataques de los Bekinels a nuestra compañía y por supuesto, lo sucedido con el pequeño noru del fuego en el camino, escasos soles atrás. Aunque seguía sentada, sabía perfectamente que me estaba escuchando con atención, moviendo levemente sus orejas y rascándome la parte de hocico que quedaba entre sus patitas.

Justo cuando comenzaba a contarle la actuación del cachorro de fuego, pude escuchar como alguien tosía de forma forzada a nuestra espalda. Con sumo cuidado, mire tras de mí, girando la cabeza. En la entrada de la estancia, la cual estaba casi cerrada por mi cola y mi trasero, esperaban dos Shitas blancas, cargadas con mudas y pieles limpias, leche recién ordeñada y algo de madera.

-¡Leche! – dijo la pequeña, con su dulce voz de bebe al verlas, extendiendo los brazos, exigiendo con entusiasmo la comida a sus dos hermanas.

Capítulo 6 Victor de Mondalpe (Parte II)

La situación era grave sin duda y todos ellos tenían razón pero, antes de retirarme prefería morir luchando. Si nos retirábamos, el mundo que quedaría no sería nuestro hogar, Derión, moriría sin remedio y nosotros, con él.

El silencio reinaba en la sala, todos intentábamos averiguar cómo salvar la situación y algunos, pensaban como salvar su propios intereses. Titubeante y miedoso mi escudero se acercó a la mesa mando.

-Pidamos ayuda a Aline- Dijo tembloroso.
-No digas desfachateces chico maleducado, esos lagartos con alas no nos ayudaran en una guerra abierta- dijo tajante el mandatario enano.
-Kaiot es benevolente y sabio, no nos queda otra opción.
-¡Retírate de inmediato Logrús!- Mi escudero tenía mucha razón, era nuestra única oportunidad pero, él tenía su lugar, no podía interferir en la asamblea de esa manera- ¡Retirare de la sala, no me obligues mandar, que te hagan azotar!

Cabizbajo y claramente afectado Logrús se retiró de la sala en silencio, cerrando tras de sí, las dos grandes puertas de roble rojo.

Debía seguir con la reunión, aclarar nuestra postura e informar cuanto antes a nuestros hombres.

-¿Los me?…- La puerta se abrió de par en par, dejándome en silencio y atónito. Por ella, dos de los guardias de la fortaleza, traían sobre sus hombros a un hijo Aline, un drakengar. La sorpresa y el miedo hicieron mella rápidamente entre nosotros, los drakengars, siempre han tenido fama de invencibles en combate pero, este, estaba tremendamente herido, al filo de la muerte. Aun así, se liberó de los de los guardias, y se cuadro ante nosotros.

-Mis señores- casi no podía mantenerse en pie a causa de las heridas- la Fortaleza de Cuatro Caminos… ha caído, nos atacaron en masa, cientos de ellos, con la ayuda de seres desconocidos y algunos de los seguidores de Sakuno, solo yo, he logrado huir por orden directa de Alejandro de Mondalpe.

Alejandro de Mondalpe… mi hermano mayor había caído, la fortaleza había caído, el grueso de nuestras tropas... El mensajero cayó al suelo de bruces bruscamente. La laínduin no tardo en correr en su ayuda para aplicarle sus poderes mágicos. Yo seguía en mi asombro, hundiéndome en la oscuridad, todo estaba perdido.