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Kuma Almasy
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Obra propiedad de Kuma Almasy, prohibida su copia. Con la tecnología de Blogger.

Capítulo 5 Cuerno negro (Parte II)

Diez años… diez años en ese Malágren, lejos de mi hogar pero, ostentando un buen cargo. En ese momento, era el capitán de la guardia argéntea, tenía a mi cargo más de dos mil valientes, entregados y luchadores. Me sentía a gusto, incluso estando lejos de mis congéneres. El tiempo paso raudo y el camino a nuestra meta estaba cerca. Un paseo tranquilo que me otorgaba la oportunidad de pensar e imaginar en el destino que le esperaría a ese pequeño, la carga que soportaría sobre sus cuatro, ahora endebles, patas.

-¡Bekinels!- Se escuchó desde el final de la fila.

De nuevo ellos eh, perfecto, ya los hacía en falta, demasiada tranquilidad.

-¡Columna proteger a los cachorros!- no podía correr riesgos tan cerca del final - ¡Proseguir hasta Cimblión con los cachorros!

-¡Si señor!- no tardaron en correr hacia nuestro territorio.

Ahora el camino estaba libre.

-Cazadores, hermanos de sangre, ¡guardia argéntea a mí!- Poco tardaron en posicionarse en mis flancos, preparados para el combate, ahora nosotros protegíamos el camino y solo pasarían, sobre nuestros cuerpos descuartizados.

-¡No tengáis piedad alguna pues ninguna vais a recibir! ¡Por la gran madre!- dije lleno de orgullo.

-¡Por la gran madre!- repitieron al unísono mis valientes.

Sus figuras aparecían entre el follaje de los árboles, por el camino, eran varios pero, nuestro deber, nuestro orgullo, sesgaría sus vidas.

-¡Ranko!- escuche, la voz de un camarada perplejo, asustado.

Por mil drokons, que hacía en medio del camino.

Uno de los pequeños, ¿se había rezagado? No… estaba en posición de ataque, entre ellos y nosotros. No daba crédito a mis ojos, no podía ser cierto, no justamente él.

Capítulo 4 Cuerno negro (Parte I)

-Reunir a la camada.
-Sí señor- dijo uno cercano a mí.
-Llamar a los cazadores.
-Enseguida señor- otro corría en busca de mis hombres.
-Debemos ponernos en marcha de inmediato.
-Si señor- sonó, todos a mí alrededor contestaron casi al unísono.

El tiempo se nos echaba encima. Debíamos llegar todos, sanos y salvos. Seis meses me había costado unificar a las nuevas camadas para llevarlas ante la gran madre. Diecisiete tribus y tan pocos cachorros. Apenas eran unos cincuenta y nosotros, sus protectores, no llegábamos a la mitad. El camino era difícil, incluso para nosotros, no es necesario decir cómo fue para ellos. Pero, eran sus costumbres, su forma de vida y yo, solo un humilde siervo de la gran madre, no tenía por qué entrometerme, solo cumplir sus designios.

-Señor, ya están todos reunidos.
Perfecto, no quería ningún tipo de contratiempo, no con los cachorros a mi cargo.
-Muy bien, seguiremos el camino, a medio día, con el sol alto, llegaremos a Cimblión.
-Si Selene y Eraniel así lo desean-

Odiaba esas muestras de devoción, llegaremos por nuestros medios, sin la compasión y la piedad de dos lunas, dos simples lunas.

-Muy bien cazadores al final de la compañía, exploradores al frente- Todo debía estar bien controlado- ¡Shitas! Junto a las crías- Ni un solo detalle debía fallar- ¡En marcha!

Comenzamos el camino, otra vez. No me apasionaban los cachorros, sin importar su raza pero, esta vez, después de diez años a las órdenes de la gran madre, por una vez, el viaje era interesante. Llevábamos en nuestro grupo algo nada común, un pequeño cachorro muy especial. Era algo torpón, se entretenía con el más pequeño de los seres y apenas sabía usar sus poderes pero, aun así, era la carga más valiosa que jamás me habían encomendado. El futuro líder de todos los norus, un noru de fuego.

Capítulo 3 Noche




Recuerdo mis primeros días después de mi decimoquinto renacimiento. Era curioso, de nuevo era cría, una vez más, indefensa, con solo la magia más básica como defensa, después de trescientos años, de nuevo acurrucada, a merced del mundo y pensar que en comparación a madre, era joven.

Una vez más, mis dedos eran rechonchos, mi pelaje suave y corto, mis uñas finas y débiles, mis dientes casi inexistentes y mi visión, apenas me permitía definir sombras. Eso sí, mi fiel olfato nunca me mentía, era capaz de oler la leche que mis hermanas me preparaban, antes incluso de que entrarán en la sala, esa sala calentita y cómoda, en la que reposaría mis primeros diez soles de mi nueva vida. No sé cómo sería en esta nueva vida, ¿negra?, ¿blanca? Tampoco tenía mucha importancia. Debía descansar, disfrutar de la vida acomodada, ya habría tiempo de volver a ejercitar mi cuerpo y mi espíritu, ya habría tiempo de servir a madre.

Capítulo 2 Rendel

-Por fin os tengo donde quería bastardos- pensé fríamente mientras media mi próximo movimiento, mi anterior ataque había quebrado el caparazón de ese maldito monstruo. Debía acertar con el próximo ataque.
-¡Acabaré con vosotros asesinos!- me lance en picado con todas mis fuerzas.

Las flechas, en mi vertiginoso descenso, atravesaban la membrana de mis alas pero, no había dolor, mi honor me dominaba. Desde la parte más alta de su cascarón entré con toda mi furia, atravesando carne, órganos, hueso y finalmente su panza horonda, separada apenas por unos cuantos metros del suelo. La ciudad con patas se estremeció, gritando al aire con dolor y agonía. Lo siguiente era su caída, por lo qué, sin pensármelo demasiado comencé a correr a cuatro patas lejos de la pared de carne que amenazaba con aplastarme, saliendo pocos segundos antes de que ello pasará. Ahora comenzaba el ataque por tierra, los sakenses de Jonstunoloc estaban en su posición y esa batalla, en ese preciso instante, dejo de ser mi batalla, ya había cumplido, con los inocentes, con mi honor y conmigo mismo.

Esperé ocho largas horas sobre un pedrusco, bajo el sofocante sol de medio día, a que la batalla que se libraba sobre aquel titán acabará. Era curioso, como los Sakenses, esas tribus nómadas del desierto, habían sido capaces de domar a criaturas tan inmensas y además, haber construido sus ciudades sobre el caparazón, cómo si se tratará de suelo normal.

- Siempre viajando, siempre en lento movimiento, sobre ese monstruo de seis patas. Tal vez, ese majestuoso ser haya visto nacer, crecer y morir a miles de generaciones a sus espaldas y ahora, gracias a mi, tanto él, como todos aquellos que vivían sobre él, derraman su sangre sobre la arena del desierto- ¿Honor? ¿Dónde está el honor aquí? Pensé para mis más profundos adentros-
-¿Desde cuándo hablas solo Rendel?

Un chico, humano, joven y lleno de manchas de sangre, heridas superficiales y espada en mano se asomaba por uno de los lados de la roca. Con los ojos bien abiertos, miró mis alas y demostrando la ignorancia de su raza, no supo acallar sus palabras.

-¡Rendel! ¡Tus alas! Están…- miró por encima de mi cuerpo, al otro lado, intentando ver mi otra ala- totalmente rotas…- Siguió, mirando descaradamente, como si yo no estuviera allí- ¡Y estás sangrando!
-No es nada Bacuk, heridas leves nada más- Intente quitarle importancia al asunto, aunque, en verdad, escocían a rabiar.
-Pero, necesitas ayuda, espera buscaré a Kara.
-No te molestes, ya se curarán.
-Pero…

No le deje acabar, me puse en pie de un salto y me las miré detenidamente. Realmente era cierto, tenía las alas hechas un asco y por culpa del combate, estaba realmente cansado, necesitaría más de un día para recuperarme de aquello.

-Habéis ganado- le miré fijamente- ¿No es así, Bakuc? Hace rato que dejé de escuchar el ruido de la batalla.
-Sí y todo es gracias a ti Rendel, sabía que nos…

Realmente está gente necesitaba mis servicios. El chico humano seguía parloteando, alabándome con incontables elogios, como la solución llegada de los cielos.

-… ha sido espectacular cuando as atravesado…-
-Llévame al Jonstunoloc- Corte sus palabras con poco respeto pero, mi mirada comenzaba a nublarse y no sabía cuánto tiempo podría mantenerme en pie, debía abreviar- en mi estado no puedo volar y si te soy sincero, no sé, cómo subís a ese ser, enséñame a usar las patas Bakuc- le dedique una sonrisa, al fin y al cabo, él me encontró y me cuido cuando más lo necesitaba. Yo estaba más en deuda con él, que toda su gente conmigo.

Comencé a andar, tras bajar del risco de un salto, aunque las fuerzas me fallaron y perdí un poco el equilibrio a los pocos metros. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba bajo mi brazo, intentando cargar mis más de ciento cincuenta kilos sobre su delgado y magullado cuerpo. No pude más que sonreír y alejarme con la ayuda de mi pequeño amigo humano, Bakuc.

Mientras, tras nosotros, se despojaba a los cadáveres de todas sus pertenencias, las mujeres y niños eran apresados y miles de cuerpos, entre ellos, mi caza personal, ardían bajo el sol de medio día.