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Capítulo 9 Noche (Parte II)


Corría, otra vez corría. De nuevo, sentía la libertad, el aire acariciándome la piel y erizándome el bello, los olores me golpeaban con cariño el hocico, agevas a la derecha, tomillo y romero a la izquierda, más adelante un manzano con grandes manzanas de color carmesí. Brinque sobre mis patas traseras, agarré una de las dulces manzanas mientras caía y brinqué de nuevo en una rama del árbol con mi premio apretado contra mi pecho. Mis hermanas se acercaban peligrosamente, me decante por el camino que llevaba a la laguna del caballo. Inicie rápidos movimientos que ninguna de ellas apenas podía imitar, me acercaban a mi objetivo a la máxima velocidad que me permitían mis patas y mi dulce carga. Cuando la humedad de la laguna se hizo presente, rebaje el ritmo, dejando que las pobres se ilusionarán con alcanzarme, por fin. No tarde en llegar al límite del lago, respiré profundamente y salté por encima de las aguas, impulsándome en el aire con magia, y levantando tras de mi un gran muro de agua que detuvo entre bufidos y gritos de enfado a mis perseguidoras.

La caída, por otra parte y en gran medida por culpa de la manzana, no fue de las mejores de mi vida, aterrizando sobre mi rabo y clavándome la aguja en el gemelo izquierdo. Me incorporé con ambas manos en mi pata y examiné los rasguños. Mi pierna estaba atravesada por la aguja, pero apenas sangraba y el dolor era soportable y por culpa de la caída me había arrancado algunos pelos de las nalgas y la cola.

-¿Esto es tuyo?- me dijo severamente una voz muy conocida. Alce la vista de mis lesiones y en un pequeño pedrusco estaba sentada, con una túnica de color blanco, fina como las alas de una libélula y con una diadema de oro que mantenía su melena rubia hacia atrás, entre sus manos, mantenía mi suculento bocado de color rojo.

-Hola mama- El primer día que salgo de la cueva después de mi renacimiento y ya me había metido en líos de nuevo, siempre la misma historia.

-Eso tiene mal aspecto hija mía- dijo clavando directamente su mirada en mi pata- no deberías alterar así la paz de nuestro hogar, tus travesuras no tienen cabida aquí, ya lo sabes- Su mirada, atenta y exploratoria, demostraba su gran enfado, el cual, no tenía cabida en su dulce y constante tono de voz. Detestaba esa cualidad de Lainduin, siempre correctas, todas eran iguales yo jamás seria así.

La miré atentamente a los ojos y con una forzada sonrisa en la cara, saqué la aguja de la pata de un solo tirón sin perder de vista sus enormes ojos de color marfil. Después solo tuve que depositar mis manos sobre las heridas, una por una, para sanarlas por completo, por supuesto, comenzando por la más grave.

-Veo que tus magias y habilidades están casi restablecidas en tu cuerpo y espíritu hija-
-Si mama- Estaba claramente más atenta en curarme que en sus palabras, pero ya la había enojado suficiente como para ignorarla ahora.
-Veo que también has pasado la noche con tu amigo- el tono de la palabra amigo, denotaba más que de sobra ironía y desagrado- Y ni siquiera te ha puesto a corriente de todo lo sucedido, de los últimos acontecimientos, pero por supuesto, por tu culpa, como siempre.

-Mama podrías dejar de leerme la mente aunque fuera un instante, solo un par de días, por todos los dioses ya no soy una cachorra de teta, soy una gran guerrera, conocida, temida y odiada a lo largo y ancho del padre Derión- Mi enfado crecía por momentos y no era capaz de disimularlo, siempre me acababa tratando como a una niña.

-Así que una gran guerrera, pues compórtate como tal hija mía y honra a tu hogar, no lo pongas patas arriba cada vez que tienes la ocasión- Hizo una leve pausa para respirar profundamente, al mismo tiempo elevaba la fruta y comenzaba a pelarla a la altura del pecho con su magia, dejando caer la tira de piel perfectamente cortada al suelo- Los dioses han hablado y el consejo de Terenen y del Edén han dado órdenes muy precisas hija.

-¿Si?- Todo mi enfado y frustración se volvió rápidamente curiosidad, incluso la manzana ya no me importaba lo más mínimo- ¿Qué ordenes madre?- Claramente las ordenes le preocupaban o no sabía cómo expresarlas, algo demasiado extraño en ella, que siempre ordenaba sin ton ni son y para colmo, era parte del consejo del Edén.